Algunas personas son malditamente afortunadas. Desafortunadamente, nunca he sido una de esas personas. De hecho, creo que soy uno de esos chicos destinados a siempre quedar atrapado en medio del tiroteo. Mientras me siento en la parte de atrás de un coche patrulla con esposas clavándose en mis muñecas, vuelvo a pensar en la primera vez que me arrestaron, hace casi dos años.
Había estado bebiendo.
Estaba drogado.
Y fui arrestado por un delito que no cometí.
Aunque, no importa. Me encerraron en el reformatorio durante un año de todos modos, principalmente porque me declaré culpable de los cargos de omisión del deber de socorro y conducir borracho.
Esta vez estoy siendo arrestado por drogas. Excepto que yo no fumé, inhalé, ingerí, esnifé, me pinché, o compré la mierda. De acuerdo, admito que estaba viviendo en una casa de drogas. Era o tener un techo sobre mi cabeza e ignorar las cosas ilegales a mí alrededor, o vivir en la calle.
Elegí el techo. Mirando atrás, quizás no era la decisión más sabia. Vivir en la calle suena muy tentador ahora mismo. Nada es peor que ser encerrado como un animal enjaulado y renunciar a controlar tu propia vida. Que te digan cuando cagar, ducharte, afeitarte, comer, y dormir no es mi idea del paraíso. Pero entonces, Tennessee, donde crecí, tampoco era un paraíso. Me pregunto si el paraíso es sólo una palabra en el diccionario con la definición: esto no existe.
Inclino mi cabeza contra el asiento trasero del coche patrulla, preguntándome cómo voy a salir de esto. No tengo dinero, amigos de verdad, y mi familia… bueno, no he tenido ningún contacto con ellos desde que dejé Tennessee hace ocho meses.
Cuando llegamos a la estación de policía, el policía me escolta a una señora que tiene el excitante trabajo de llevar mi fotografía. Luego el policía me ordena que vaya a su escritorio y se presenta como Lieutenant Ramsey.
—No intentes nada estúpido —me dice me abre la esposa de mi muñeca derecha y la sujeta a un enganche de metal en su escritorio como que si quisiera escaparme tenga que arrastrar un escritorio de cincuenta libras conmigo. Sin necesidad de decir, no voy a ir a ninguna parte.
Después de preguntarme un montón de preguntas, me deja solo. Miro alrededor en busca de Rio, uno de mis cinco compañeros de cuarto. Todos fuimos detenidos al mismo tiempo, cuando Rio y otro de nuestros compañeros de cuarto estaban vendiendo un montón de metanfetaminas a tres tipos quienes, si me preguntas, parecían policías de paisano que estaban vestidos como gánsteres idiotas. Creo que era el diente dorado de uno de los tipos lo que lo reveló. Parecía como si hubiera sido pegado y podría jurar que se le soltó en un punto y se lo tragó.
Eso fue justo antes de que sacaran sus pistolas y nos gritaran que nos pusiéramos de rodillas en el suelo y pusiéramos las manos en la cabeza. Había estado viendo un reality show sobre casas de empeño, porque la última cosa que necesitaba era ser envuelto en los asuntos de Rio.
Rio me había pedido que lo ayudara con algunos recorridos un par de veces, y lo hice. Pero no me he puesto a vender drogas a tipos que estaban tan desesperados por drogarse que me darían sus últimos diez centavos para conseguirla. La última vez que se suponía que vendía drogas para Rio, era a un tipo con tres niños. Trajo sus tres niños a nuestra casa, y cuando vi sus estiradas caras largas y sus ropas harapientas y desgarradas, no pude hacerlo. Me negué a venderle las cosas. No es que eso me haga una buena persona ni nada, especialmente porque sé que si no se lo vendía, alguien más lo haría.
—Escucha, Nick —dice Ramsey mientras abre una carpeta de archivos de la parte de arriba—. Te has metido en grandes problemas. Los jueces de Chicago no son indulgentes en los reincidentes, especialmente cuando están viviendo en casas de drogas con más de cincuenta mil dólares en metanfetaminas y z-tabs.
—No soy un traficante —le digo—. Trabajo en la planta de reciclaje de Chicago.
—Sólo porque tengas un trabajo no quiere decir que no trafiques —toma su teléfono y me pasa el auricular—. Tienes una llamada. Dime que numero marcar.
Pongo el auricular abajo en su escritorio. —Renuncio a mi derecho a llamar.
—¿Familia? ¿Amigos? —sugiere.
Niego con la cabeza. —No tengo ninguno.
Ramsey deja el auricular abajo en el teléfono. —¿No quieres que alguien te eche un cable? El juez fijará la fianza más tarde hoy o mañana. Deberías estar preparado.
Cuando no respondo, hojea mi carpeta. Levanta la mirada tras un par de minutos. —Aquí dice que Damon Manning era tu consejero de transición.
Damon Manning se suponía que se aseguraría de que estuviera fuera de problemas cuando fuera liberado del reformatorio. Era un tipo grande y negro que le daba miedo a mi madre cuando entraba a nuestra casa durante sus visitas programadas. Damon me asignó mi trabajo de servicio comunitario y constantemente me taladraba en cómo hacer la transición de estar en la cárcel a estar de vuelta en casa. No tomaría una respuesta monosilábica o un silencio como respuesta. El tipo era un duro de pelar que no tomaba la mierda de nadie, y cualquier vez que la jodiera me dejaba saber que mejor me ponía en forma o él personalmente sería el responsable de decirle al juez que me encerraran de nuevo. No tenía ninguna duda de que lo haría también.
Ramsey apunta un número y lo coloca frente a mí.
—¿Qué es esto?
—El número de teléfono de Damon Manning.
—¿Y por qué lo querría? —le pregunté.
—Si no tienes familia o amigos que te paguen la libertad bajo fianza, te sugiero que lo llames.
Niego con la cabeza y digo: —De ninguna manera.
Ramsey me pasa el teléfono y se inclina hacia atrás en su silla. —Llámalo. Si no lo haces, yo lo haré.
—¿Por qué?
—Porque he leído los informes de Damon sobre ti, y raramente se equivoca sobre sus valoraciones.
—¿Qué escribió? —¿qué era un completo jodido que se merecía ser encerrado permanentemente?
—¿Por qué no lo llamas y se lo preguntas por ti mismo? Estás en serios problemas, Nick. Necesitas a alguien de tu lado ahora mismo.
Miro al teléfono y niego la cabeza en frustración. Ramsey no parece que me esté dando oportunidad. Tomo el teléfono y marco el número.
—Soy Damon —contesta una voz profunda.
Me aclaro la garganta. —Ahm… soy Nick. Nicholas Jonas.
—¿Por qué me llamas?
—Yo como que me metí en problemas —digo, luego aclaro mi garganta. Tomo una respiración profunda y a regañadientes dejo escapar—. Necesito tu ayuda.
—¿Ayuda? No sabía que conocías esa palabra.
Brevemente explico la situación. Suspira fuertemente un montón de veces, pero dice que viene de camino a la comisaria. Después de mi llamada, soy escoltado a los calabozos y lo espero. Una hora después me dicen que tengo un visitante y me dirigen a lo que asumo es una de las salas de interrogatorio. Oh, chico. Si las cosas no eran lo suficientemente malas, tengo la sensación de que van a ponerse peor mientras un muy molesto Damon entra por la puerta antibalas de metal.
—¿En qué mierda te has metido, Becker?
—Un montón de problemas —le digo.
Damon cruza los brazos sobre su pecho. —Podría haber jurado que eras un tipo que cometió un error e iba a cambiar su vida —tiene una mirada distante casi triste en su cara, pero es rápidamente enmascarada—. Tengo que admitir que me recordaste a mí mismo cuando tenía tu edad.
—Sí, bueno, estabas obviamente equivocado.
Entrecierra la mirada hacia mí. —¿Lo estaba?
Esta no era la forma que se suponía que sería. Dejé Tennessee para hacer todo mejor, pero todo lo que me las he arreglado para hacer es joder las cosas por mí mismo. Miro directamente a Damon a los ojos. —No lo hice —le digo—. No soy un traficante.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque es la verdad —dejo salir el aliento, sabiendo que es una causa perdida defender mi caso pero haciéndolo de todos modos—. No espero que me creas.
—¿Me has mentido en el pasado?
Asiento.
—¿Sobre qué?
Cierro los ojos y niego con la cabeza. No puedo decirle a Damon que no fui quien atropelló a Miley. Le dije a Emily que me llevaría ese secreto a la tumba. No puedo traicionar a mi propia gemela. No ahora, y no nunca—. Olvídalo.
—Estás en el camino equivocado —me dice Damon.
—No tengo opción —dejo salir un largo y lento suspiro y decido igualarme con él. Sobre ciertas cosas, de todos modos—. Descubrí que mi madre era adicta a las medicinas. Creía que estar en casa lo ponía peor. Ella seguía esperando que fingiera que todo estaba bien. Mi familia entera estaba de acuerdo con la mierda. Yo no podía. Miley era la única que me mantenía cuerdo, pero no podía verla sin recibir regaños de los policías, mis padres, su madre, e incluso tú. Tú una vez dijiste que debería salir de Tennessee en lugar de acercarme a Miley. Así que ahora estoy aquí.
—Vivir con un traficante de drogas no es una mejor opción —dice Damon, afirmando lo obvio.
—Era un techo sobre mi cabeza.
—Siempre hay más opciones que vivir con matones —me dice Damon.
—Sí, claro —miro hacia abajo y la marca roja que las esposas han dejado en mi piel. Parece que todo está fuera de mi alcance ahora mismo.
—Estoy muy decepcionado de ti.
Decepcionado es mejor que enfadado. He visto a Damon enfadado. Se tensa como un toro con una espina en el trasero. Demonios, cuando me expulsaron del colegio por pelearme, Damon parecía preparado a patearme el trasero sin ayuda de nadie. Este tipo es enorme y debe pesar cerca de los dos-ochenta. No soy un peso ligero, pero se podría sentar en mí y romperme los huesos.
—Vuelvo en un momento —dice Damon, y luego me deja solo en la sala.
Ramsey vuelve media hora después, con Damon siguiéndole a sus pies. El oficial se sienta en el borde de la pequeña mesa en la sala y mira hacia abajo a mí. —Eres afortunado, chico.
Estoy a punto de ser echado a la cárcel. No me siento afortunado ahora mismo.
—Acabo de hablar con el juez Hanson —dice Damon—. Tendrás tu comparecencia esta tarde, y pagaré cualquier fianza establecida. Soy amigo del fiscal del distrito que te va a ayudar.
—¿Por qué harías eso por mí? —pregunto.
—Porque alguien lo hizo por mí hace un tiempo. Hay una condición —dice. Aquí viene. El hacha está a punto de caer—. ¿Qué?
Mi ex consejero de transición tiene una mirada severa en su cara. —Te vas a unir a Re-Comenzar.
—¿Qué es eso?
—Es un grupo de chicos cuyas vidas han sido afectadas por conducción adolescente temeraria. Viajaremos un mes juntos, y cada participante comparte su historia con varios grupos de chicos en el Medio Oeste. Estaremos sin comodidades, así que no te esperes hoteles de fantasía o tratamiento real. Estaremos quedándonos en habitaciones y campings. Este arresto no es sobre drogas, Nick. Es un resultado directo de tu accidente en Tennessee. Únete al programa y ayuda a otros. Si no aceptas venir conmigo, estoy fuera de esto. Si me voy, no tengo ninguna duda de que te encerrarán para bien y tirarán la llave. Tienes dieciocho ahora. Si pensabas que el reformatorio era horrible, te garantizo que la cárcel de adultos será cien veces peor.
—¿Así que en realidad no tengo alternativa?
—La tienes. Te quedas aquí y disfrutas de la hospitalidad de nuestras prisiones del estado, o sacas tu trasero y me sigues.
Así que no hay alternativa. Una de las opciones es algo que haría prácticamente cualquier cosa por evitar. Incluso si eso incluye pasar un tiempo con mi antiguo consejero de transición.
No hablamos mucho durante todo el viaje de hora y media fuera de Redwood. Intenta preguntarme algunas cosas y yo hago lo mejor que puedo esquivándolas. Cuando nos detenemos en el camino de entrada de un dúplex de una planta, explica: —Dormirás en mi casa esta noche, y te encontrarás con el resto del grupo mañana por la tarde.
Dentro, dejo caer mi macuto al lado de un sofá de cuadros desvanecidos. En el manto sobre la vacía chimenea hay una foto de Damon con un chico pequeño, de alrededor de ocho años, en un uniforme de la Liga Infantil.
—¿Es tuyo? —le pregunto, preguntándome como este tipo acabó viviendo solo en un pequeño pueblo en el medio de los barrios lejanos de Illinois. Tennessee no está tan lejos de aquí.
—Sí.
Es obvio a partir de ver el lugar que vive solo. No hay obras de arte en las desnudas paredes blancas. El lugar no es como mi casa en Tennessee, es demasiado simple y demasiado sin usar, como si acabara de llegar aquí a dormir y ya está.
—¿Te divorciaste? —pregunto.
—¿Vas a dejar de hacer preguntas? Creo que me gustabas más en el viaje hasta aquí, cuando no hablabas en absoluto.
Después de que Damon hace una sorprendentemente buena cena de pollo y arroz que me recuerda a mi mamá cocinando, se dirige por un estrecho pasillo a la cama. Está silencioso en la casa. No estoy acostumbrado a tanto silencio. En la casa de Rio, siempre había gente de fiesta o entrando y saliendo a todas horas. No me importa, porque no duermo mucho de todas formas.
Apago la luz aunque sé que no voy a conseguir mucho sueño esta noche. Es como lo habitual… cada quince minutos me despertaré y me quedaré mirando al techo y le rogaré al sueño que venga. Lo hace, pero en esfuerzos tan cortos que me pregunto cómo sería tener una noche completa de sueño sin interrupciones. Eso no ha pasado desde hace años… desde antes del accidente.
En la cocina estoy comiendo algún tipo de grano entero de cereal saludable cuando Damon entra en la cocina. No puedo evitar preguntar: —¿Por qué me ayudaste?
—Porque creo que eres un buen chico —dice, con su espalda hacia mí mientras está de pie enfrente de la cocina y fríe algunos huevos—. Sólo tienes que hacer mejores elecciones.
Al final de la tarde, tiramos nuestras bolsas en el coche. Damon para en el centro comunitario de Redwood, donde una gran furgoneta blanca nos está esperando. Le llaman de dentro del edificio y me dice que espere en la furgoneta y me presente al resto del grupo. Hay otros dos chicos y tres chicas de pie ahí esperando con su equipaje.
Cuando una de las chicas se aparta y entreveo a la persona que estaba tapando, mi cuerpo entero se adormece.
Miley.
Había estado bebiendo.
Estaba drogado.
Y fui arrestado por un delito que no cometí.
Aunque, no importa. Me encerraron en el reformatorio durante un año de todos modos, principalmente porque me declaré culpable de los cargos de omisión del deber de socorro y conducir borracho.
Esta vez estoy siendo arrestado por drogas. Excepto que yo no fumé, inhalé, ingerí, esnifé, me pinché, o compré la mierda. De acuerdo, admito que estaba viviendo en una casa de drogas. Era o tener un techo sobre mi cabeza e ignorar las cosas ilegales a mí alrededor, o vivir en la calle.
Elegí el techo. Mirando atrás, quizás no era la decisión más sabia. Vivir en la calle suena muy tentador ahora mismo. Nada es peor que ser encerrado como un animal enjaulado y renunciar a controlar tu propia vida. Que te digan cuando cagar, ducharte, afeitarte, comer, y dormir no es mi idea del paraíso. Pero entonces, Tennessee, donde crecí, tampoco era un paraíso. Me pregunto si el paraíso es sólo una palabra en el diccionario con la definición: esto no existe.
Inclino mi cabeza contra el asiento trasero del coche patrulla, preguntándome cómo voy a salir de esto. No tengo dinero, amigos de verdad, y mi familia… bueno, no he tenido ningún contacto con ellos desde que dejé Tennessee hace ocho meses.
Cuando llegamos a la estación de policía, el policía me escolta a una señora que tiene el excitante trabajo de llevar mi fotografía. Luego el policía me ordena que vaya a su escritorio y se presenta como Lieutenant Ramsey.
—No intentes nada estúpido —me dice me abre la esposa de mi muñeca derecha y la sujeta a un enganche de metal en su escritorio como que si quisiera escaparme tenga que arrastrar un escritorio de cincuenta libras conmigo. Sin necesidad de decir, no voy a ir a ninguna parte.
Después de preguntarme un montón de preguntas, me deja solo. Miro alrededor en busca de Rio, uno de mis cinco compañeros de cuarto. Todos fuimos detenidos al mismo tiempo, cuando Rio y otro de nuestros compañeros de cuarto estaban vendiendo un montón de metanfetaminas a tres tipos quienes, si me preguntas, parecían policías de paisano que estaban vestidos como gánsteres idiotas. Creo que era el diente dorado de uno de los tipos lo que lo reveló. Parecía como si hubiera sido pegado y podría jurar que se le soltó en un punto y se lo tragó.
Eso fue justo antes de que sacaran sus pistolas y nos gritaran que nos pusiéramos de rodillas en el suelo y pusiéramos las manos en la cabeza. Había estado viendo un reality show sobre casas de empeño, porque la última cosa que necesitaba era ser envuelto en los asuntos de Rio.
Rio me había pedido que lo ayudara con algunos recorridos un par de veces, y lo hice. Pero no me he puesto a vender drogas a tipos que estaban tan desesperados por drogarse que me darían sus últimos diez centavos para conseguirla. La última vez que se suponía que vendía drogas para Rio, era a un tipo con tres niños. Trajo sus tres niños a nuestra casa, y cuando vi sus estiradas caras largas y sus ropas harapientas y desgarradas, no pude hacerlo. Me negué a venderle las cosas. No es que eso me haga una buena persona ni nada, especialmente porque sé que si no se lo vendía, alguien más lo haría.
—Escucha, Nick —dice Ramsey mientras abre una carpeta de archivos de la parte de arriba—. Te has metido en grandes problemas. Los jueces de Chicago no son indulgentes en los reincidentes, especialmente cuando están viviendo en casas de drogas con más de cincuenta mil dólares en metanfetaminas y z-tabs.
—No soy un traficante —le digo—. Trabajo en la planta de reciclaje de Chicago.
—Sólo porque tengas un trabajo no quiere decir que no trafiques —toma su teléfono y me pasa el auricular—. Tienes una llamada. Dime que numero marcar.
Pongo el auricular abajo en su escritorio. —Renuncio a mi derecho a llamar.
—¿Familia? ¿Amigos? —sugiere.
Niego con la cabeza. —No tengo ninguno.
Ramsey deja el auricular abajo en el teléfono. —¿No quieres que alguien te eche un cable? El juez fijará la fianza más tarde hoy o mañana. Deberías estar preparado.
Cuando no respondo, hojea mi carpeta. Levanta la mirada tras un par de minutos. —Aquí dice que Damon Manning era tu consejero de transición.
Damon Manning se suponía que se aseguraría de que estuviera fuera de problemas cuando fuera liberado del reformatorio. Era un tipo grande y negro que le daba miedo a mi madre cuando entraba a nuestra casa durante sus visitas programadas. Damon me asignó mi trabajo de servicio comunitario y constantemente me taladraba en cómo hacer la transición de estar en la cárcel a estar de vuelta en casa. No tomaría una respuesta monosilábica o un silencio como respuesta. El tipo era un duro de pelar que no tomaba la mierda de nadie, y cualquier vez que la jodiera me dejaba saber que mejor me ponía en forma o él personalmente sería el responsable de decirle al juez que me encerraran de nuevo. No tenía ninguna duda de que lo haría también.
Ramsey apunta un número y lo coloca frente a mí.
—¿Qué es esto?
—El número de teléfono de Damon Manning.
—¿Y por qué lo querría? —le pregunté.
—Si no tienes familia o amigos que te paguen la libertad bajo fianza, te sugiero que lo llames.
Niego con la cabeza y digo: —De ninguna manera.
Ramsey me pasa el teléfono y se inclina hacia atrás en su silla. —Llámalo. Si no lo haces, yo lo haré.
—¿Por qué?
—Porque he leído los informes de Damon sobre ti, y raramente se equivoca sobre sus valoraciones.
—¿Qué escribió? —¿qué era un completo jodido que se merecía ser encerrado permanentemente?
—¿Por qué no lo llamas y se lo preguntas por ti mismo? Estás en serios problemas, Nick. Necesitas a alguien de tu lado ahora mismo.
Miro al teléfono y niego la cabeza en frustración. Ramsey no parece que me esté dando oportunidad. Tomo el teléfono y marco el número.
—Soy Damon —contesta una voz profunda.
Me aclaro la garganta. —Ahm… soy Nick. Nicholas Jonas.
—¿Por qué me llamas?
—Yo como que me metí en problemas —digo, luego aclaro mi garganta. Tomo una respiración profunda y a regañadientes dejo escapar—. Necesito tu ayuda.
—¿Ayuda? No sabía que conocías esa palabra.
Brevemente explico la situación. Suspira fuertemente un montón de veces, pero dice que viene de camino a la comisaria. Después de mi llamada, soy escoltado a los calabozos y lo espero. Una hora después me dicen que tengo un visitante y me dirigen a lo que asumo es una de las salas de interrogatorio. Oh, chico. Si las cosas no eran lo suficientemente malas, tengo la sensación de que van a ponerse peor mientras un muy molesto Damon entra por la puerta antibalas de metal.
—¿En qué mierda te has metido, Becker?
—Un montón de problemas —le digo.
Damon cruza los brazos sobre su pecho. —Podría haber jurado que eras un tipo que cometió un error e iba a cambiar su vida —tiene una mirada distante casi triste en su cara, pero es rápidamente enmascarada—. Tengo que admitir que me recordaste a mí mismo cuando tenía tu edad.
—Sí, bueno, estabas obviamente equivocado.
Entrecierra la mirada hacia mí. —¿Lo estaba?
Esta no era la forma que se suponía que sería. Dejé Tennessee para hacer todo mejor, pero todo lo que me las he arreglado para hacer es joder las cosas por mí mismo. Miro directamente a Damon a los ojos. —No lo hice —le digo—. No soy un traficante.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque es la verdad —dejo salir el aliento, sabiendo que es una causa perdida defender mi caso pero haciéndolo de todos modos—. No espero que me creas.
—¿Me has mentido en el pasado?
Asiento.
—¿Sobre qué?
Cierro los ojos y niego con la cabeza. No puedo decirle a Damon que no fui quien atropelló a Miley. Le dije a Emily que me llevaría ese secreto a la tumba. No puedo traicionar a mi propia gemela. No ahora, y no nunca—. Olvídalo.
—Estás en el camino equivocado —me dice Damon.
—No tengo opción —dejo salir un largo y lento suspiro y decido igualarme con él. Sobre ciertas cosas, de todos modos—. Descubrí que mi madre era adicta a las medicinas. Creía que estar en casa lo ponía peor. Ella seguía esperando que fingiera que todo estaba bien. Mi familia entera estaba de acuerdo con la mierda. Yo no podía. Miley era la única que me mantenía cuerdo, pero no podía verla sin recibir regaños de los policías, mis padres, su madre, e incluso tú. Tú una vez dijiste que debería salir de Tennessee en lugar de acercarme a Miley. Así que ahora estoy aquí.
—Vivir con un traficante de drogas no es una mejor opción —dice Damon, afirmando lo obvio.
—Era un techo sobre mi cabeza.
—Siempre hay más opciones que vivir con matones —me dice Damon.
—Sí, claro —miro hacia abajo y la marca roja que las esposas han dejado en mi piel. Parece que todo está fuera de mi alcance ahora mismo.
—Estoy muy decepcionado de ti.
Decepcionado es mejor que enfadado. He visto a Damon enfadado. Se tensa como un toro con una espina en el trasero. Demonios, cuando me expulsaron del colegio por pelearme, Damon parecía preparado a patearme el trasero sin ayuda de nadie. Este tipo es enorme y debe pesar cerca de los dos-ochenta. No soy un peso ligero, pero se podría sentar en mí y romperme los huesos.
—Vuelvo en un momento —dice Damon, y luego me deja solo en la sala.
Ramsey vuelve media hora después, con Damon siguiéndole a sus pies. El oficial se sienta en el borde de la pequeña mesa en la sala y mira hacia abajo a mí. —Eres afortunado, chico.
Estoy a punto de ser echado a la cárcel. No me siento afortunado ahora mismo.
—Acabo de hablar con el juez Hanson —dice Damon—. Tendrás tu comparecencia esta tarde, y pagaré cualquier fianza establecida. Soy amigo del fiscal del distrito que te va a ayudar.
—¿Por qué harías eso por mí? —pregunto.
—Porque alguien lo hizo por mí hace un tiempo. Hay una condición —dice. Aquí viene. El hacha está a punto de caer—. ¿Qué?
Mi ex consejero de transición tiene una mirada severa en su cara. —Te vas a unir a Re-Comenzar.
—¿Qué es eso?
—Es un grupo de chicos cuyas vidas han sido afectadas por conducción adolescente temeraria. Viajaremos un mes juntos, y cada participante comparte su historia con varios grupos de chicos en el Medio Oeste. Estaremos sin comodidades, así que no te esperes hoteles de fantasía o tratamiento real. Estaremos quedándonos en habitaciones y campings. Este arresto no es sobre drogas, Nick. Es un resultado directo de tu accidente en Tennessee. Únete al programa y ayuda a otros. Si no aceptas venir conmigo, estoy fuera de esto. Si me voy, no tengo ninguna duda de que te encerrarán para bien y tirarán la llave. Tienes dieciocho ahora. Si pensabas que el reformatorio era horrible, te garantizo que la cárcel de adultos será cien veces peor.
—¿Así que en realidad no tengo alternativa?
—La tienes. Te quedas aquí y disfrutas de la hospitalidad de nuestras prisiones del estado, o sacas tu trasero y me sigues.
Así que no hay alternativa. Una de las opciones es algo que haría prácticamente cualquier cosa por evitar. Incluso si eso incluye pasar un tiempo con mi antiguo consejero de transición.
No hablamos mucho durante todo el viaje de hora y media fuera de Redwood. Intenta preguntarme algunas cosas y yo hago lo mejor que puedo esquivándolas. Cuando nos detenemos en el camino de entrada de un dúplex de una planta, explica: —Dormirás en mi casa esta noche, y te encontrarás con el resto del grupo mañana por la tarde.
Dentro, dejo caer mi macuto al lado de un sofá de cuadros desvanecidos. En el manto sobre la vacía chimenea hay una foto de Damon con un chico pequeño, de alrededor de ocho años, en un uniforme de la Liga Infantil.
—¿Es tuyo? —le pregunto, preguntándome como este tipo acabó viviendo solo en un pequeño pueblo en el medio de los barrios lejanos de Illinois. Tennessee no está tan lejos de aquí.
—Sí.
Es obvio a partir de ver el lugar que vive solo. No hay obras de arte en las desnudas paredes blancas. El lugar no es como mi casa en Tennessee, es demasiado simple y demasiado sin usar, como si acabara de llegar aquí a dormir y ya está.
—¿Te divorciaste? —pregunto.
—¿Vas a dejar de hacer preguntas? Creo que me gustabas más en el viaje hasta aquí, cuando no hablabas en absoluto.
Después de que Damon hace una sorprendentemente buena cena de pollo y arroz que me recuerda a mi mamá cocinando, se dirige por un estrecho pasillo a la cama. Está silencioso en la casa. No estoy acostumbrado a tanto silencio. En la casa de Rio, siempre había gente de fiesta o entrando y saliendo a todas horas. No me importa, porque no duermo mucho de todas formas.
Apago la luz aunque sé que no voy a conseguir mucho sueño esta noche. Es como lo habitual… cada quince minutos me despertaré y me quedaré mirando al techo y le rogaré al sueño que venga. Lo hace, pero en esfuerzos tan cortos que me pregunto cómo sería tener una noche completa de sueño sin interrupciones. Eso no ha pasado desde hace años… desde antes del accidente.
En la cocina estoy comiendo algún tipo de grano entero de cereal saludable cuando Damon entra en la cocina. No puedo evitar preguntar: —¿Por qué me ayudaste?
—Porque creo que eres un buen chico —dice, con su espalda hacia mí mientras está de pie enfrente de la cocina y fríe algunos huevos—. Sólo tienes que hacer mejores elecciones.
Al final de la tarde, tiramos nuestras bolsas en el coche. Damon para en el centro comunitario de Redwood, donde una gran furgoneta blanca nos está esperando. Le llaman de dentro del edificio y me dice que espere en la furgoneta y me presente al resto del grupo. Hay otros dos chicos y tres chicas de pie ahí esperando con su equipaje.
Cuando una de las chicas se aparta y entreveo a la persona que estaba tapando, mi cuerpo entero se adormece.
Miley.
Oh por Dios siiguela
ResponderEliminarSiguela!!!!
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